Una de las cosas que más preocupa al maestr@ es la reacción del niñ@ cuando tartamudea en la clase (así como también la reacción de los otros niñ@s). Caben dos tipos de extremos de reacción: el niño que a pesar de su disfluencia está bastante despreocupado, participa con normalidad en la clase y se le ve feliz hablando, y el niñ@ que se frustra, incluso llora y rechaza intervenir hablando. Entre estos dos tipos extremos se encuentra, no obstante, la mayoría de niños con disfluencia.
Ojo con la falsa indiferencia: actuar como si no pasara nada en particular es una actitud perjudicial. Dejar que el niño acabe (laboriosamente y con esfuerzo) su frase. Fingir no tranquiliza al niño, el sabe que es algo desagradable, pero de lo que no se habla, lo cual le da más importancia aún. Si la gente de mi alrededor prefiere o hacer caso de este problema que me causa tantas dificultades –pensará el niño- es que debe ser algo muy molesto, así que me tendré que esforzar mucho en ocultarlo. Como consecuencia: aumenta aún más su miedo a hablar.
Normalmente es aconsejable que a ciertas edades y cuando el niño es consciente de su problema, el maestro hable en general, con el niño y con el resto de sus compañeros, para explicarles que es corriente, al aprender a hablar, que tengamos fallos como trabar palabras, repetir sonidos, etc. Que todos cuanto aprendemos a hacer algo cometemos errores, incluso yo como maestra, también me equivoco a veces. Y que a veces se necesita tiempo para aprender las tareas escolares. Conviene que se haga saber al niño que su tartamudeo no nos molesta en absoluto, que queremos que hable y que se le dará tiempo para ello.
Se intenta saber cómo el niño se siente al respecto, qué piensa y qué puede hacer. Hablando así con el niño se le ayuda puesto que se le está diciendo que ya sabemos de su dificultad y que la aceptamos de modo que el niño se sentirá bien aceptado (además, y es lo importante, debemos demostrarlo con los actos)
Cuando se hacen preguntas en clase a los niños, pueden seguirse algunas pautas que permitan facilitar las cosas al niño que tartamudea:
Al principio, mientras el niño se está adaptando a la clase, se le pueden hacer preguntas que pueda responder con pocas palabras.
Hay que asegurarse de que toda la clase le concede el tiempo necesario para responder, sin mostrar impaciencia.
Mostrar interés en que el niño tome el tiempo necesario para responder y piense bien la respuesta, no de que responda con rapidez.
Cuando se hacen preguntas a todos y cada uno de los niños, es mejor procurar preguntar al niño que tartamudea entre los primeros. Cuanto más tiempo transcurre hasta que se le pregunte mayor será el grado de ansiedad acumulada y más dificultades tendrá.
Al leer en voz alta en la clase, algunos niños que tartamudean hablan con más fluidez. Otros por el contrario, tienen especiales dificultades con la fluidez cuando tienen que leer ante la clase. Muchos niños se desenvuelven mejor si leen al unísono con otro niño. En este caso puede hacerse que los niños de la clase lean, a veces por parejas, a fin de que el niño que tartamudea no se vea en situación especial. Posiblemente irá poco a poco logrando mayor fluidez y confianza para leer en voz alta por su cuenta. En cualquier caso conviene que el niño que tartamudea no se sienta presionado a responder verbalmente más allá de sus posibilidades.
Las burlas de otros niños acerca de su disfluencia pueden resultar muy perjudiciales y deben eliminarse lo antes posible. Si el niño está afectado por esto conviene hablar con él y decirle que muchos niños son insultados por muchas y diferentes cosas. Se trata de que el niño no le dé demasiada importancia y que se defienda por sí mismo. Si algún otro niño, en particular, le molesta continuamente por este motivo, conviene llamarlo aparte y advertirle seriamente (sin castigarle) que la tartamudez es un problema para ese niño y que se agrava si se le insulta por tartamudear; que por lo contrario, se le puede ayudar mucho y que contamos con su ayuda. Normalmente los niños entienden perfectamente este razonamiento y modifican favorablemente su conducta si no se les castiga por haber insultado.
Consejos: “relájate”, “habla más despacio”, “respira”, “articula”, “piensa primero lo que vas a decir…” etc. Para conseguir que el niño se relaje al hablar, no es la mejor idea decirle al niño que se relaje. No hay nada que resulte más irritante que a uno se le interrumpa continuamente. Vigilar además de manera constante el propio habla resulta una empresa imposible de mantener mucho tiempo, sin afectar a la calidad de la comunicación, se le quita espontaneidad y agrava la situación.
La actuación del maestro, respecto al niño que tartamudea, es de gran importancia y puede resultar vital en la evolución de la fluidez del niño. Junto con los padres y el especialista en lenguaje forma un equipo que estará cohesionado en cuanto a la conducta a seguir ante la disfluencia:
INSTRUCCIONES BÁSICAS.
No reaccionar mal ante el niño que tartamudea: no manifestar ningún signo (verbal o no verbal) de impaciencia o ansiedad.
No hacer repetir al niño las palabras o frases ni tampoco decirle que hable tranquilo o despacio. Ofrecerle un modelo de habla más lenta y pausada y reforzarle cuando lo imite y lo haga.
No se debe reñir, censurar o criticar ni ridiculizar.
Debe evitarse al niño todo tipo de situaciones de tensión. Nadie hará observaciones al niño sobre su forma de hablar. Se evitará que tenga contacto con personas que pudieran perjudicarle en este sentido.
Darle tiempo para que termine la frase. No adelantarse adivinando continuamente lo que va a decir, ni terminar las frases en su lugar.
No interrumpirle excepto si verdaderamente se bloquea: en caso de que manifieste signos de esfuerzo brusco al hablar, intervenir suavemente distrayendo el esfuerzo y facilitando una buena comunicación.
Darle conversación y animarle a hablar en situaciones de no tensión.
Comentar lo que se ve en la televisión, hablarle de cosas que le interesen, leer cuentos junto con el niño, haciéndolo despacio, con pronunciación clara y frases sencillas.
No preocuparse excesivamente, de esta forma el niñ@ también se preocupará. Que no se refleje en su cara o en sus gestos ningún signo de preocupación.
No querer que le den un trato diferente en la escuela, pues puede aprovecharse de esta situación y seguir tartamudeando para librarse de determinadas actividades.
Es necesario evitar pedir al niño que hable más lentamente, o que repita lo que ha dicho articulando mejor. Esta manera de actuar sólo sirve para romper la atmósfera de comunicación viva y transforma el intercambio verbal en un ejercicio molesto e ineficaz.
El interlocutor debe permanecer en su papel como tal, y no pasar a actuar como un consejero del habla. No se puede hablar normalmente a alguien que se presenta como un juez de habla que le dirige. El habla no evoluciona correctamente si no se preserva la calidad de la comunicación, si no se le da más importancia a lo que se quiere decir sobre cómo se dice.
Tomar una actitud abierta y no dudar, cuando no comprenda lo que quiere decir, en realizarle preguntas acerca lo que crea haber comprendido. Es importante prestar atención a que estas preguntas no sean interpretadas como un reproche, sino hacerle sentir que nos importa mucho lo que nos quiere contar.
Debe evitarse también la actitud de fingir no haber comprendido a causa de la mala expresión del niño.
Interesarse siempre en todo lo que el niño tiene que decir
Proponer la palabra en la que el niño se ha atascado o un final para su frase, si vemos que lo está pasando mal, hablar no tiene que ser una experiencia traumática.
Hacer preguntas sobre lo que cree que el niño quiere decir, pero proponiendo inmediatamente algunas respuestas posibles
Decirle al niño qué es lo que ha entendido hasta aquel momento (o en algunas contadas ocasiones, lo que no se ha entendido)
EVITAR TODA DEMANDA DE ESFUERZO PARA HABLAR. No obligar al niño a hablar, la comunicación es algo natural, que surge de forma espontánea, ante la necesidad de decir algo, no hemos de forzarlo ni ponerlo en situaciones comprometidas.
Debemos dejar que nuestr@ niñ@ tome la iniciativa de contarnos algo, cuando realmente necesite contárnoslo.
Básicamente y en conclusión, nuestra conducta ante el niño con problemas de fluencia en el habla está dirigida a dos cuestiones:
Procurar que el niño no desarrolle una atención auditiva exagerada hacia su habla.
Reforzar el habla fluida y atender al contenido de lo que dice el niño, en lugar de prestar atención a cómo el niño habla.
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